LA REALIDAD DE LOS MENORES EXTRANJEROS NO ACOMPAÑADOS: AFRONTANDO LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA VIDA

LA REALIDAD DE LOS MENORES EXTRANJEROS NO ACOMPAÑADOS: AFRONTANDO LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA VIDA

Una realidad social es la que nos encontramos en la actualidad con los menores extranjeros no acompañados, conocidos con el acrónimo de “MENAS”, que se refiere a aquellas personas menores que forman parte del colectivo que engloba a menores de 18 años, de origen extranjero, que están solos y sin referente familiar adulto que los acompañe.

El menor inmigrante suele llegar a España de tres formas: en patera, escondido en los bajos de un camión o escondido en otros medios. Con un objetivo como premisa: buscar una vida mejor y ayudar a sus familias.

Junto a este deseo de encontrar una vida mejor o labrarse un futuro, puede haber otros motivos encubiertos o inconscientes, como escapar de una situación de riesgo, o hacerlo obligados por sus padres. En cualquiera de todos los casos, estos menores se enfrentan a una situación que puede dejar huella para el resto de sus vidas.

El proyecto migratorio, es un proceso traumático en sí mismo; pues no solo comporta el riesgo del trayecto y las secuelas físicas que pueda derivar de este, si no también, las consecuencias psicológicas procedentes de las experiencias traumáticas que se verán obligados a procesar una vez tenga lugar el éxito del proyecto migratorio. Conocidos y/o acompañantes que no llegan, situación de hacinamiento, situaciones de abuso, deudas, etc.

Asimismo, la migración supone un cambio vital que además del esfuerzo de adaptación, provoca un proceso que conlleva ganancias y pérdidas. A veces, las ganancias no son las que esperan, o lo prometido, y esto provoca mucha frustración.

Todo cambio implica una pérdida, del mismo modo que cualquier pérdida es imposible sin el cambio. (Neymeyer, 1998)

La multicausalidad que rodea a la migración, provoca que estos menores sean personas con un gran potencial para sufrir problemas de salud mental. Por una parte, las pérdidas a las que se ven sometidos son tan múltiples y amplias que conlleva lo que se conoce como elaboración del duelo migratorio, o en su manifestación más acusada; el síndrome de Ulises. El duelo es un proceso psicológico de reorganización de la identidad que se desencadena tras la pérdida de algo importante. Ningún duelo es tan amplio como los provocados por la migración, ya que las pérdidas en esta ocasión son múltiples: familia y amigos, lengua, cultura, status social, etc.

Llegar a una nueva cultura implica un esfuerzo continuo de adaptación, tanto a nivel psicológico como sociocultural. Hay una sobrecarga en las funciones cognitivas debido a que nada se puede realizar de forma automática, implicando el procesamiento consciente continuo de toda la información nueva. Esto genera sensación de hipervigilancia y estrés.

 

Entendemos por estrés como «un desequilibrio sustancial entre las demandas ambientales percibidas y las capacidades de respuesta del sujeto» (Lazarus 1984). Si a esta situación de estrés le unimos lo comentado anteriormente sobre el duelo, podríamos explicar que el duelo es un proceso de estrés prolongado y tan intenso que sobrepasa los recursos de estas personas menores.

Los estresores más importantes que afectan al menor inmigrante son la soledad, la sensación de fracaso ante el proceso migratorio, la lucha por la supervivencia y el miedo (peligros físicos y miedo a la detención y/o expulsión). Asimismo, factores como las redes de apoyo previas y actuales, el nivel de integración social, las condiciones de vida presentes y pasadas influyen de manera intensa para la adaptación del menor a su nueva realidad.

En este escenario, unido a la edad que suelen presentar, en plena adolescencia, genera un problema social que no podemos obviar, y mirar hacia otro lado como sociedad. La situación de vulnerabilidad y de riesgo que los jóvenes presentan, hace que la consideración de estos menores como personas conflictivas en lugar de verlos como personas vulnerables y dañadas, se haya convertido en un tópico bastante generalizado. Esta percepción no resuelve el problema, sino todo lo contrario; crea una mayor dificultad para el ajuste de los jóvenes en nuestra sociedad.
El objetivo principal que sería conveniente perseguir es el de lograr la autonomía del menor, respecto a su desempeño de vida sociolaboral, maduración personal, integración social, y responsabilidad. Así mismo, esto se conseguirá a través de la consecución de objetivos de bienestar físico y emocional (mejorar la calidad de vida del menor, aprendizaje de ocio saludable, estabilidad emocional, satisfacción personal, tolerancia a la frustración…).


Llama especialmente la atención, que la mayoría de personas de este colectivo, a pesar de lo anteriormente expuesto, presentan una gran aceptación generalizada respecto a su inserción en actividades educativas, formativas y laborales, lo que demuestra una vez más, que su máximo deseo no es más que adquirir todos los recursos necesarios que le permitan en el futuro integrarse como miembros útiles en la sociedad, lo que es de interés para todos.

 

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